Sainte Claire d'Assise : Une Vie de Dévotion et de Simplicité-RELICS

Santa Clara de Asís:una vida de devoción y sencillez

Santa Clara de Asís, también conocida con el nombre de Clara Scif, es una de las figuras religiosas más eminentes del siglo XIII. Fundó la orden de las Clarisas, rama femenina de la orden franciscana, y vivió una vida de entrega, sencillez y caridad. A continuación encontrarás un artículo detallado sobre la vida y el legado de esta santa.

reliquia de santa clara de asís

Relicario que contiene una reliquia de Santa Clara en Relics.es

 

Juventud, orígenes y despertar espiritual

Clara nació el 16 de julio de 1194 en Asís, en el seno de una familia noble cuya historia estaba ligada desde hacía varias generaciones a la de la ciudad umbra. Su infancia transcurrió en un entorno refinado, estructurado por valores feudales, estrictas tradiciones familiares y una educación privilegiada que incluía el aprendizaje de la lectura, la escritura, el latín eclesiástico, el canto litúrgico y algunas nociones de administración doméstica. Desde muy joven se distinguió por una dulzura y una sensibilidad poco comunes. A diferencia de la mayoría de los hijos de la nobleza, educados en el prestigio de las armas y la ambición social, Clara se sentía atraída por la oración, el silencio y la compasión hacia los más pobres.

La ciudad de Asís atravesaba entonces numerosas tensiones, dividida entre la nobleza feudal y el auge de una burguesía comerciante. Estos conflictos, a menudo violentos, marcaron profundamente a la joven Clara. Fue testigo de enfrentamientos armados, destrucciones y familias desgarradas. Estos acontecimientos la hicieron más consciente de la fragilidad humana y de la necesidad de paz interior. Este contexto dio también a su futura elección una dimensión aún más radical: renunciar a los privilegios de una sociedad inestable para abrazar la pobreza y la paz evangélica.

Fue en esta atmósfera cuando Clara oyó hablar por primera vez de Francisco de Asís. No tenía más de diez años cuando la fama del joven hijo de un pañero, convertido en predicador, se extendió por toda Umbría. Francisco, hijo de un rico mercader, había elegido despojarse de todo para vivir conforme al Evangelio, lo que fascinaba e inquietaba a los habitantes al mismo tiempo. Para Clara, esta figura encarnó inmediatamente un ideal: el de una vida purificada de todo apego material y consagrada enteramente a Dios. A medida que crecía, su convicción interior se reforzaba. Participaba en los oficios, rezaba intensamente y distribuía discretamente comida a los necesitados, sin sospechar que su destino pronto se uniría al de Francisco.

El encuentro decisivo con Francisco de Asís

A los 18 años, Clara emprendió un camino interior que habría de transformar no solo su propia vida, sino también la de muchas mujeres en toda Europa. Finalmente se encontró con Francisco y sus discípulos, probablemente por mediación de un sacerdote que conocía su fervor espiritual. Francisco reconoció en seguida en ella un alma excepcional, a la vez dulce y determinada, capaz de encarnar el ideal franciscano dentro de la vida contemplativa femenina.

La noche del Domingo de Ramos del año 1212 sigue siendo uno de los episodios más célebres de su vida. Después de haber recibido de manos del obispo el ramo bendito, Clara abandonó secretamente la casa familiar. Se dirigió a la pequeña capilla de la Porciúncula, donde Francisco la esperaba con sus compañeros. Allí renunció solemnemente a su vida mundana, dejando que Francisco cortara su larga cabellera dorada, gesto que simbolizaba su matrimonio místico con Cristo. Este acto radical rompió las expectativas de su familia, que contaba con ella para sellar alianzas nobles mediante un matrimonio ventajoso.

La huida de Clara desencadenó inmediatamente la ira de los Offreduccio. Su familia, profundamente indignada al verla renunciar a su condición, intentó recuperarla. Pero Clara se refugió primero junto a las benedictinas y luego en el monasterio de Sant’Angelo in Panzo, donde sus parientes fueron a buscarla por la fuerza. Entonces se aferró al altar, declarando que no quería pertenecer más que a Cristo. Este gesto decidido redujo al silencio la autoridad familiar. Poco después, su hermana menor, Inés, la alcanzó a pesar de la violenta oposición de la familia, marcando el inicio de una nueva fraternidad espiritual que contribuiría a la fundación de la orden de las Clarisas.

Fundación de la Orden de las Clarisas y sus ideales

Tras su profesión religiosa, Clara fue instalada en el monasterio de San Damián, una humilde construcción restaurada por Francisco algunos años antes. Fue en este lugar retirado, rodeado de olivos y colinas apacibles, donde Clara escribió algunas de las páginas más importantes de la vida religiosa femenina de la Edad Media. Fundó la orden de las Damas Pobres, que más tarde tomaría el nombre de Clarisas. Esta orden se distinguía por una regla extremadamente rigurosa, centrada en la pobreza absoluta. A diferencia de otros órdenes femeninos que permitían la propiedad colectiva o incluso personal, Clara exigía que sus hermanas no poseyeran nada, ni a título individual ni comunitario. Esta pobreza radical, que retomaba fielmente la visión de Francisco, fue durante mucho tiempo objeto de contestación por parte de la Iglesia, pero Clara se negó a ceder.

Las Clarisas vivían en un despojamiento extremo, subsistiendo exclusivamente gracias a las limosnas. Su vida cotidiana estaba marcada por la oración, el silencio, la contemplación, el trabajo manual y la acogida discreta de los necesitados. Cosen vestiduras litúrgicas, bordan corporales, preparan el pan eucarístico y cuidan de los enfermos. San Damián se convirtió rápidamente en un centro de espiritualidad radiante. Numerosas jóvenes de familias nobles acudieron allí en busca de una existencia sencilla, despojada y completamente orientada hacia Dios. La influencia de Clara fue tal que se fundaron monasterios inspirados en el modelo de San Damián en Italia, Francia y toda Europa occidental.

Una vida marcada por la pobreza, la humildad y un ardor místico

La vida de Clara en San Damián estuvo marcada por una sucesión de renuncias heroicas. Eligió prendas de tela basta, dormía sobre un jergón, ayunaba con frecuencia y trabajaba hasta el agotamiento. Esta austeridad no estaba motivada por una mortificación excesiva, sino por un deseo intenso de acercarse a Cristo pobre y crucificado. Su jornada comenzaba antes del amanecer con el oficio nocturno y continuaba en un silencio habitado. Clara cultivaba una forma de contemplación interior muy pura, centrada en la unión mística con Dios. Su irradiación espiritual atraía a las multitudes. Se cuenta que los habitantes de Asís acudían a pedirle consejo al locutorio, convencidos de que su palabra, frágil pero inspirada, poseía la sabiduría del Cielo.

Rehusó siempre toda forma de privilegio, incluso cuando Francisco le pidió que se convirtiera en abadesa. Aceptó este papel por obediencia, pero nunca quiso un trato particular e insistía en realizar las tareas más humildes: barrer el monasterio, lavar los pies de las hermanas, cuidar a las enfermas, cargar pesados cubos de agua. Consideraba que solo el servicio humilde era digno de una esposa de Cristo. Muchos historiadores la reconocen como una de las grandes místicas medievales, comparable a Hildegarda de Bingen o a santa Catalina de Siena.

Relaciones espirituales con Francisco y fidelidad a su legado

La relación entre Clara y Francisco de Asís figura entre las páginas más hermosas de la historia espiritual de la Edad Media. Aunque sus vidas tomaron caminos muy distintos —Francisco, itinerante y predicador; Clara, recogida en la clausura—, sus existencias siguieron una misma trayectoria interior. Francisco veía en Clara no solo a una discípula, sino a una igual en santidad. Le confió San Damián porque había percibido en ella una fuerza interior excepcional, capaz de sostener el ideal franciscano en el corazón de la contemplación y el silencio.

Tras la muerte de Francisco en 1226, Clara se convirtió en la guardiana inflexible de su ideal. Mientras algunos hermanos trataban de suavizar la regla o introducir cierta moderación en la pobreza, Clara se opuso firmemente a toda forma de compromiso. Escribía con frecuencia a los papas y cardenales para defender la radicalidad franciscana. El papa Gregorio IX intentó incluso obligarla a aceptar la propiedad colectiva, pero Clara se negó con dulzura y determinación, afirmando que quería «poseer el Reino de los Cielos sin poseer nada en la tierra». Esta fidelidad absoluta a la visión de Francisco hizo de ella la auténtica guardiana del espíritu franciscano.

Milagros, luz mística y protección del monasterio

La tradición medieval atribuye numerosos milagros a Clara. El más célebre se produjo en 1240, cuando las tropas de Federico II, compuestas por mercenarios sarracenos, invadieron Umbría. Mientras los soldados se acercaban al monasterio, Clara, enferma e incapaz de caminar, pidió que le llevaran la custodia con el Santísimo Sacramento. La tomó entre sus manos debilitadas, se postró ante el Santísimo y oró. Según los relatos, una luz deslumbrante se difundió desde la custodia y los soldados huyeron inmediatamente aterrorizados. Este acontecimiento contribuyó en gran medida a la reputación de Clara como protectora del monasterio y mujer de fe excepcional.

Otros milagros le fueron atribuidos, como la multiplicación del pan para alimentar a las hermanas durante un período de hambre, o éxtasis durante los cuales su rostro parecía irradiar una luz sobrenatural. Otro episodio relatado por la tradición es el de la visión milagrosa de la misa de Navidad cuando estaba demasiado enferma para acudir a la iglesia. Habría visto y oído la celebración en la pared de su celda, visión que inspiró posteriormente su designación como patrona de la televisión.

Últimos años, canonización y legado espiritual

Los últimos años de Clara estuvieron marcados por la enfermedad. Pasó largos periodos postrada en la cama, incapaz de desplazarse, pero su fervor espiritual nunca disminuyó. Transformó sus sufrimientos en ofrenda y siguió velando por sus hermanas con una dulzura inquebrantable. En 1253, tras más de cuarenta años de combate espiritual, obtuvo por fin del papa Inocencio IV la aprobación de la regla que ella misma había redactado. Esta regla, centrada en la pobreza absoluta, fue la primera regla religiosa escrita por una mujer y aprobada oficialmente por la Iglesia.

Clara murió el 11 de agosto de 1253, rodeada de sus hermanas. Su rostro, se dice, estaba iluminado por una paz sobrenatural. Dos años más tarde, el papa Alejandro IV la canonizó. Su culto se extendió rápidamente por toda Europa. Las Clarisas siguieron fundando monasterios en numerosos países, perpetuando el espíritu de pobreza, dulzura y contemplación que había animado a su fundadora.

Las reliquias de Santa Clara de Asís: historia, conservación y devoción

Las reliquias de Santa Clara ocupan un lugar importante en la tradición franciscana y en la devoción cristiana. Desde su muerte, en 1253, los fieles de Asís y las hermanas de San Damián consideraron su cuerpo como un tesoro sagrado. Su vida de pobreza, humildad y luz mística dejó en el alma del pueblo la impresión de una santidad excepcional, y su sepultura se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación. Cuando Clara fue canonizada dos años más tarde por el papa Alejandro IV, la veneración en torno a sus reliquias se desarrolló aún más, lo que con el tiempo llevó a la difusión de fragmentos por toda Europa.

Su cuerpo fue depositado inicialmente en la iglesia de San Jorge de Asís, el mismo lugar donde había sido enterrado san Francisco antes de la construcción de la basílica que lleva su nombre. Más tarde, cuando se edificó la basílica de Santa Clara, las reliquias de la fundadora fueron trasladadas allí solemnemente. Esta traslación constituyó un acontecimiento mayor: numerosos fieles acudieron para honrar la memoria de aquella a la que se consideraba «la planta más tierna de Francisco». Durante mucho tiempo, su cuerpo permaneció invisible, encerrado en una urna y protegido de todo contacto para preservar su integridad.

En el siglo XIX, durante unos trabajos en la cripta, los restos de la santa fueron hallados y examinados cuidadosamente. Desde 1872, se conservan en un sarcófago de piedra, colocado en la cripta de la basílica y visible para los peregrinos. Este lugar, sobrio y luminoso, constituye uno de los centros de devoción más importantes para las Clarisas de todo el mundo.

A lo largo de los siglos, ciertas reliquias secundarias —fragmentos óseos, telas, objetos que pertenecieron a la santa o vinculados a su vida monástica— fueron autenticadas por las autoridades eclesiásticas y enviadas a diversos monasterios franciscanos. Su presencia, generalmente en relicarios sellados, recordaba la dulzura, la fuerza interior y la fidelidad absoluta de Clara al Evangelio. Estas reliquias no eran veneradas como simples objetos materiales, sino como signos vivos de su presencia espiritual y de su intercesión.

Todavía hoy, poseer o contemplar una reliquia de Santa Clara sigue siendo para muchos un privilegio espiritual inestimable. Dan testimonio de una vida entregada enteramente a Dios y continúan inspirando a los creyentes a buscar la luz interior, la paz del corazón y el camino de la sencillez evangélica.

Celebración y papel espiritual hoy

La fiesta de Santa Clara se celebra cada año el 11 de agosto. Es una figura mayor de la espiritualidad cristiana, un modelo de vida consagrada y una inspiración para todos aquellos que desean vivir en la sencillez, la oración y la caridad. Su vida muestra que es posible renunciar a las ilusiones del mundo para abrazar la luz interior de Cristo. Hoy en día, miles de Clarisas viven según su regla, continuando su oración silenciosa por el mundo, fieles al espíritu de su madre y fundadora.

Santa Clara de Asís sigue siendo la encarnación de una vida enteramente entregada, despojada de toda vanidad y abierta a la presencia divina. Recuerda a cada generación que la verdadera riqueza nunca se encuentra en la acumulación, sino en la libertad del corazón. Su legado, transmitido a través de la oración y la contemplación, continúa inspirando a innumerables creyentes que buscan un camino espiritual auténtico y luminoso.

 

  • Vauchez, André. Sainte Claire d'Assise : Une vie et un message. Éditions du Seuil, 2003.
  • Baldwin, Kathleen. Claire of Assisi: The Lady. The Life. The Legend. Saint Bede's Publications, 2004.
  • Hamilton, Bernard. Sainte Claire et les Clarisses : La naissance d'un ordre religieux. Éditions du Cerf, 2007.
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1 comentario

Fue muy bonita reflexión

Alison

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