Entre las figuras del colegio apostólico, algunas destacan con gran brillo, sostenidas por diálogos, gestos y episodios detallados. Otras permanecen envueltas en una modestia evangélica, como si su papel consistiera menos en mostrarse que en acompañar en silencio. San Simón el Apóstol pertenece a esta segunda categoría. Los Evangelios no le conceden una sola palabra, un solo acto individual, ni siquiera un fragmento de historia personal. Sin embargo, su nombre aparece invariablemente en las listas de los Doce. Está presente en los momentos decisivos, totalmente integrado en el círculo de los compañeros de Cristo. Esta presencia discreta, lejos de relegarlo a un segundo plano, confiere a Simón una profundidad singular: es la imagen de la fidelidad silenciosa, del celo transfigurado, del ardor que se entrega enteramente a Dios sin exigir reconocimiento alguno.
El sobrenombre de Simón y sus implicaciones
El término «Cananeo» en el lenguaje de los Evangelios
En los Evangelios de Mateo y Marcos, Simón aparece bajo el nombre de «Simón el Cananeo». La expresión podría parecer indicar un origen geográfico, como si el Apóstol procediera de Canaán o de un territorio antiguamente asociado a ese nombre. No es así. «Cananeo» es la transcripción griega de una palabra aramea que significa «celoso». Su significado, por lo tanto, no es geográfico, sino moral, espiritual e interior. Simón no se define por un lugar, sino por un rasgo de carácter. Los evangelistas, al designarlo de esta manera, subrayan de inmediato la fuerza de una personalidad ardiente.
«Celote»: una precisión lucana
Lucas, tanto en su Evangelio como en los Hechos, elige la traducción griega explícita: «Simón el Celote». Este término puede designar a un hombre de observancia rigurosa, animado de un profundo amor por la Ley. También puede evocar, en un sentido más tardío, a un militante perteneciente a un movimiento nacionalista judío. Aunque nada prueba que Simón perteneciera a un grupo armado, el uso de este sobrenombre muestra claramente que su temperamento se distinguía por una intensidad inusual.
Así, el Evangelio nos ofrece un retrato en negativo: Simón no es un personaje apagado, sino un hombre cuya fervor era tan perceptible que se convirtió en su identidad. Jesús, al llamarlo entre sus discípulos, transformó ese ardor en un instrumento de caridad y misión.
Simón en los Evangelios: una presencia sin brillo
La discreción evangélica
Los Evangelios no mencionan una sola palabra atribuida a Simón. Ningún episodio le es propio, ningún diálogo lo sitúa en el centro. Sin embargo, esta ausencia no debe interpretarse como insignificancia. Forma parte de los Doce, elegido personalmente por Jesús, testigo de su predicación, de sus milagros, de su pasión y de su resurrección. La fuerza espiritual de Simón reside precisamente en esta disponibilidad silenciosa. Es uno de esos hombres cuya grandeza no se expresa mediante discursos, sino mediante la fidelidad.
Un papel esencial en los actos fundacionales
En los Hechos de los Apóstoles, Simón es mencionado en el Cenáculo tras la Ascensión. Forma parte de ese pequeño grupo que persevera en la oración mientras espera la venida del Espíritu Santo. Su presencia junto a María, Pedro, Juan y los demás Apóstoles demuestra que está plenamente integrado en la fundación de la Iglesia. Su silencio no es ausencia, sino recogimiento. Representa a esos creyentes que no dicen nada pero lo sostienen todo, esos discípulos cuya palabra interior es más poderosa que cualquier expresión exterior.
Las tradiciones antiguas: reconstruir la misión de Simón
Los posibles caminos de evangelización
Después de Pentecostés, los Evangelios ya no se ocupan del destino individual de cada Apóstol. Son las tradiciones antiguas, los relatos apócrifos, las crónicas orientales y las leyendas locales las que permiten esbozar los itinerarios apostólicos. Las fuentes son diversas, a veces contradictorias, pero todas dan testimonio de una convicción: Simón viajó lejos para anunciar el Evangelio. Algunas tradiciones lo sitúan en Egipto, en contacto con una importante diáspora judía; otras mencionan la Cirenaica, región de la actual Libia; otras incluso lo envían hasta Persia, a menudo en compañía de Judas Tadeo, con quien además comparte una fiesta litúrgica común en la tradición latina. Esta asociación duradera entre ambos Apóstoles sugiere que fueron compañeros de misión, caminando juntos por tierras lejanas.
Ninguna de estas tradiciones puede considerarse históricamente cierta. Sin embargo, revelan la poderosa idea de una misión vivida con ardor y perseverancia, fiel al temperamento celoso de Simón.
El martirio de Simón: un final que testimonia su celo
Todas las tradiciones coinciden en un punto esencial: Simón murió mártir. En cuanto a las circunstancias precisas, los relatos divergen. Las tradiciones persas hablan de una ejecución por sacerdotes paganos; algunas fuentes sirias mencionan una muerte violenta debido al gran número de conversiones; otros relatos afirman que Simón y Judas murieron juntos. Estas variaciones muestran que la Iglesia antigua veía en él no solo a un Apóstol, sino a un testigo heroico, un hombre que llevó su dedicación a Cristo hasta el extremo.
La diversidad de relatos sobre su martirio no es una debilidad histórica, sino un signo de la profundidad de la memoria espiritual. Las primeras comunidades cristianas, conscientes de lo que representaba un Apóstol, quisieron honrar a Simón subrayando la constancia de su entrega hasta los límites de la muerte.
La personalidad espiritual de Simón
El celo: de un ardor humano a un fervor transfigurado
El sobrenombre de Simón nos obliga a reflexionar sobre el significado del celo en la tradición cristiana. El celo puede entenderse como una tensión hacia el bien, una intensidad interior que impulsa a actuar, un fuego difícil de contener. Antes de su encuentro con Jesús, Simón pudo haber sido movido por un ardor humano, quizás incluso por una intransigencia religiosa. Después de su llamada, este celo se convirtió en un instrumento de amor. Cristo nunca extingue la personalidad de un discípulo; la orienta, la purifica y la despliega. Simón representa así la imagen de un hombre cuya fuerza interior no es destruida, sino transfigurada.
El valor del silencio en la vida apostólica
La mayoría de los Apóstoles conocidos por su ardor también lo son por sus palabras: Pedro habla más de lo que actúa; Juan escribe; Pablo discurre con un poder incomparable. Simón, por su parte, no habla. Es un Apóstol del silencio, un testigo que se intuye más que se escucha. Este silencio no es pasividad, sino dominio de sí mismo. Es la marca de un hombre cuyo espíritu está orientado hacia lo esencial. Para una tradición cristiana que a menudo confunde misión con activismo, Simón recuerda que la profundidad puede expresarse de otras maneras que no son la palabra.
Un Apóstol de la reconciliación
Su sobrenombre de «Celote», colocado junto a la presencia de Mateo el publicano en el mismo colegio apostólico, revela la fuerza del gesto de Jesús. De un lado, un hombre apegado a la Ley, quizás desconfiado de los romanos; del otro, un recaudador de impuestos al servicio del Imperio. Su coexistencia pacífica dentro del grupo apostólico es una proclamación silenciosa de la unidad posible en Cristo. Simón se convierte así en una figura de reconciliación, un modelo para quienes buscan superar antagonismos sociales, políticos o culturales.
Simón en el arte y en la tradición litúrgica
La iconografía de un Apóstol discreto
El arte cristiano medieval y moderno ha otorgado a Simón un lugar particular, a menudo reconocible por sus atributos. Estos varían según las tradiciones de su martirio: algunos artistas lo representan con una sierra, otros con una lanza o una cruz. Estos símbolos no pretenden narrar la historia exacta, sino expresar visualmente el destino de este Apóstol que permaneció fiel hasta el sacrificio último. A veces aparece junto a Judas, especialmente en las catedrales góticas y en manuscritos iluminados.
La fiesta común del 28 de octubre
En el calendario litúrgico occidental, Simón se celebra el 28 de octubre, junto con Judas Tadeo. Esta asociación se remonta a tradiciones muy antiguas que los describen evangelizando juntos. Su fiesta común simboliza la complementariedad de dos temperamentos: la esperanza en Judas y el celo en Simón. En las Iglesias orientales, Simón tiene a veces una fecha distinta, pero sigue siendo profundamente venerado.
Herencia y actualidad de San Simón
Un modelo para las almas ardientes
La figura de Simón toca especialmente a quienes se reconocen en una vida interior apasionada. Su ejemplo muestra que el celo, cuando se deja transformar por Cristo, se convierte en fuente de caridad y no de división. Es la imagen de un ardor que no se agota en la agitación, sino que se renueva en la oración.
La fecundidad espiritual del silencio
En un mundo saturado de palabras y opiniones, Simón recuerda el poder del silencio evangélico. Este silencio no es indiferencia ni ausencia, sino madurez espiritual. El alma ardiente no necesita ser ruidosa. A través de su anonimato evangélico, su humildad y su discreción, Simón muestra que se puede transformar el mundo sin atraer jamás la atención hacia uno mismo.
Un santo para nuestro tiempo
La época contemporánea conoce formas de ardor mal orientado, radicalidades que se vuelven contra el ser humano. Simón, el Celote convertido en discípulo, muestra que la verdadera transformación no se realiza mediante la violencia ni la oposición sistemática, sino mediante un encuentro, una conversión, un apego profundo a una verdad que supera cualquier ideología.
San Simón el Apóstol, cuya vida parece difícil de aprehender a primera vista, revela una personalidad de gran profundidad interior. Es el hombre ardiente que Cristo canaliza; el Apóstol silencioso que, sin embargo, lleva una misión inmensa; el testigo que entrega su vida hasta el final; el hermano capaz de convivir pacíficamente con quienes antes eran sus opuestos. En él, la Iglesia contempla la fuerza del celo purificado, la nobleza de la fidelidad silenciosa y la belleza de la transformación que Dios opera en el corazón humano.
Su historia, hecha de silencio, fervor y misión, continúa inspirando a quienes buscan vivir una fe profunda, enraizada y generosa. Y aunque los detalles de su existencia terrenal se hayan perdido entre las brumas del tiempo, su figura permanece como un faro discreto: un hombre cuyo ardor, entregado totalmente a Dios, sigue iluminando los siglos.
Las reliquias de San Simón
Las reliquias de San Simón han sido veneradas por los fieles de la Iglesia católica durante siglos. Sin embargo, es difícil determinar la autenticidad de dichas reliquias. Como sucede con muchas otras, la cuestión de si los restos de San Simón son auténticos ha sido largamente debatida por estudiosos e historiadores.
Las primeras pruebas de la existencia de los restos de San Simón se remontan al siglo IV. Los escritos de San Cirilo de Jerusalén mencionan las reliquias de San Simón. A lo largo de los siglos, las reliquias fueron trasladadas varias veces, y su ubicación exacta se volvió incierta.
Sin embargo, en 1968 el papa Pablo VI autorizó una investigación sobre los presuntos restos de San Simón, conservados en una iglesia de Toulouse, Francia. Los expertos examinaron los restos y concluyeron que eran auténticos, aunque algunos huesos se habían perdido o desplazado con el tiempo.
Las reliquias de San Simón incluyen huesos, en particular partes de su cráneo, sus dientes y sus dedos, así como valiosos relicarios donde se conservan los restos. Los fieles acuden de todo el mundo para venerar las reliquias de San Simón y para pedir su protección e intercesión.
La festividad de San Simón se celebra el 28 de octubre en la Iglesia católica. Su vida y su ejemplo continúan inspirando a los creyentes en su fe y en su compromiso con la justicia y la paz. Aunque la autenticidad de las reliquias de San Simón haya sido discutida, su importancia espiritual y simbólica no puede ser negada por los fieles de la Iglesia católica ni por los cristianos de todo el mundo.
- Bauduin, J. (2009). Los Apóstoles y sus reliquias. París: Éditions Saint-Augustin.
- Harris, M. (2012). San Cirilo de Jerusalén y sus escritos. Roma: Vatican Press.
- Lemoine, P. (1971). Las reliquias de los santos en la Iglesia católica. Toulouse: Éditions del Sur.
- Rossi, F. (2015). Viaje espiritual a los lugares santos. Milán: Éditions Spiritus.
- Ferrari, G. (2018). La veneración de los santos y sus significados. Florencia: Éditions Fede.
