Santa Rosa de Viterbo (1233-1251) es una figura emblemática de la piedad medieval y del franciscanismo. A pesar de una vida breve, marcó la historia por su compromiso religioso y su valentía frente a las autoridades de su época. Mística, predicadora y defensora del poder pontificio, dejó un legado espiritual poderoso que perdura aún hoy.
Este artículo recorre su trayectoria, desde su infancia hasta su canonización, pasando por los milagros que se le atribuyen y su impacto en la ciudad de Viterbo y más allá.

Reliquia de Santo Rosa de Viterbo en relics.es
Infancia y vocación temprana
Santa Rosa de Viterbo nació en 1233 en Viterbo, una ciudad del centro de Italia, en una época marcada por los conflictos entre la Santa Sede y el Imperio. Su infancia está impregnada de una gran fervor religioso, y desde muy joven, manifiesta un amor profundo por Dios.
Según la tradición, ella habría comenzado a hablar de la fe cristiana desde la edad de tres años y habría expresado el deseo de vivir en una pobreza evangélica, a imagen de San Francisco de Asís. La familia de Rosa, aunque modesta, apoya su piedad y su apego a la oración.
Muy pronto, se dedica a la penitencia, al ayuno y a la caridad hacia los pobres. A la edad de siete años, comienza a vivir una vida de ermitaña en la casa familiar, dedicando su tiempo a la oración y a la meditación.
Los primeros signos de santidad
Uno de los aspectos más notables de la vida de Rose de Viterbe es su carisma profético. Se cuenta que Dios le habría dado la capacidad de enseñar la fe, aunque aún era una niña. Predicaba en las calles de Viterbo, exhortando al pueblo a la conversión y a una vida de piedad.
Un episodio marcante de su infancia está relacionado con una grave enfermedad que contrajo. A la edad de diez años, cae gravemente enferma y los médicos la creen condenada. Sin embargo, habría sido milagrosamente curada tras una aparición de la Virgen María, quien le habría confiado una misión: predicar la conversión y defender la fe católica.
Tras esta curación, Rose intensifica sus oraciones y comienza a realizar milagros, atrayendo así la atención del pueblo y de las autoridades locales.
Conflicto con el Emperador Federico II
El siglo XIII está marcado por una lucha encarnizada entre el papa y el emperador Federico II del Sacro Imperio Romano Germánico. Federico II, en conflicto con la Iglesia, se opone a la papalidad y busca afianzar su autoridad sobre los Estados pontificios, de los cuales forma parte Viterbo.
Rosa de Viterbo, aunque aún es adolescente, toma posición a favor del papa. Ella predica contra la herejía y defiende la supremacía de la Iglesia frente al emperador. Su compromiso atrae rápidamente la hostilidad de los partidarios imperiales en Viterbo, que la ven como una amenaza para su poder.
Debido a su creciente influencia y a sus discursos encendidos contra el emperador, las autoridades locales deciden exiliarlo. Rose y su familia están expulsadas de Viterbe, y se refugian en una región vecina. A pesar de esta expulsión, Rose continúa su apostolado y su misión de predicación.
Una vida de sufrimiento y devoción
Después de su expulsión, Rose lleva una vida austera y piadosa. Siente un llamado profundo a entrar en un convento, y se vuelve hacia los Clarisses, una comunidad de religiosas franciscanas inspiradas por Santa Clara de Asís.
Sin embargo, debido a su modesto estatus social y quizás al temor que inspiraba su influencia espiritual, ella se ve rechazada la entrada en el monasterio. Acepta esta prueba con humildad y continúa su vida de oración y penitencia.
Rosa vivió entonces en reclusión, multiplicando las mortificaciones y los actos de caridad. Pasa numerosas horas en oración y recibe visiones místicas.
Su compromiso espiritual lo debilita físicamente, y en 1251, a la edad de solo 18 años, cae gravemente enferma. Muere poco después, dejando atrás un recuerdo imperecedero de santidad.
Los milagros después de su muerte
Después de su fallecimiento, numerosos milagros se atribuyen a la intercesión de Rosa. Su fama crece, y los habitantes de Viterbo reclaman que su cuerpo sea enterrado en un lugar digno de su santidad.
En 1257, seis años después de su muerte, su cuerpo es exhumado y encontrado incorrupto, un signo de santidad reconocido por la Iglesia. Entonces es trasladado a la monasterio de Santa Clara en Viterbo, donde reposa todavía hoy.
Numerosos fieles vienen a orar sobre su tumba y dan testimonio de curaciones milagrosas.
Canonización y culto de Santa Rosa de Viterbo
La popularidad de Rose no deja de crecer después de su muerte. En 1457, ella es oficialmente canonizada por el papa Calixto III.
Su culto se difunde rápidamente en Italia y en el mundo cristiano. Ella se convierte en la santa patrona de Viterbo, así como de los terciarios franciscanos.
Cada año, el 4 de septiembre, la ciudad de Viterbo celebra una gran fiesta en su honor, la "Máquina de Santa Rosa", donde una inmensa torre iluminada que lleva una estatua de la santa es transportada a través de la ciudad por porteadores uniformados. Esta tradición, que tiene varios siglos de antigüedad, es testimonio de la fervor popular que aún rodea a Santa Rosa.
El mensaje de Santa Rosa hoy
Santa Rosa de Viterbo encarna varios valores universales que resuenan aún hoy:
- El coraje y la verdad : No dudó en oponerse a los poderosos para defender su fe.
- La humildad y la caridad : A pesar de su influencia, siempre ha vivido de manera simple y al servicio de los demás.
- La perseverancia espiritual : A pesar de ser rechazada por un convento, continuó su compromiso religioso hasta el final de su vida.
Su ejemplo sigue siendo una fuente de inspiración para los cristianos y para todos aquellos que buscan vivir de acuerdo con valores de justicia y fe.
Conclusión
Santa Rosa de Viterbo, a pesar de una vida corta, dejó un legado profundo en la historia de la Iglesia. Por su fe ardiente, su compromiso valiente y sus milagros, se convirtió en un símbolo de santidad y devoción.
Su influencia perdura hoy en día, especialmente a través de su culto en Italia y las tradiciones que le son dedicadas. Su vida recuerda que la santidad no depende de la edad ni del estatus social, sino de una profunda unión con Dios y de un compromiso sincero con la verdad y la justicia.