Saint Paul de la Croix : apôtre de la Passion du Christ-RELICS

San Pablo de la Cruz: apóstol de la Pasión de Cristo

San Pablo de la Cruz (1694–1775) es una figura destacada del catolicismo italiano y universal del siglo XVIII. Toda su existencia estuvo orientada hacia la contemplación de la Pasión de Cristo, que consideraba la mayor prueba del amor de Dios por la humanidad y el camino único hacia la santificación de las almas. Predicador popular, director espiritual, místico y fundador de una orden religiosa dedicada a la memoria constante de la Cruz, encarna una forma de espiritualidad rigurosa, profundamente centrada en el amor redentor manifestado en el sufrimiento del Salvador. Fue canonizado por el papa Pío IX en 1867.

reliquia de San Pablo de la Cruz

reliquia de San Pablo de la Cruz en relics.es

Contexto histórico y familiar

Paolo Danei nació el 3 de enero de 1694 en Ovada, en el Piamonte, en el seno de una familia de comerciantes piadosos. Su padre, Luca Danei, se dedicaba al comercio de telas e intentaba mantener a su numerosa familia en condiciones precarias, mientras que su madre, Anna Maria Massari, era una mujer profundamente cristiana que desempeñó un papel central en la formación espiritual de sus hijos. Pablo fue el primogénito de dieciséis hermanos, de los cuales varios murieron en la infancia. Desde niño mostró una gran sensibilidad hacia las realidades espirituales, hasta el punto de impresionar a sus padres y confesores.

El norte de Italia a finales del siglo XVII vivía un periodo de recomposición religiosa. El Concilio de Trento (1545–1563) había sentado las bases de una profunda reforma de la vida cristiana, pero su aplicación continuaba aún, especialmente en las zonas rurales. Además, el mundo católico se enfrentaba al auge del espíritu de la Ilustración y a la creciente hostilidad de un racionalismo que tendía a apartar las formas místicas del cristianismo. En este contexto, la vocación de Pablo adquirió una dimensión profética: recordar al pueblo cristiano que es por medio de la Cruz, y no por la sola razón, que se alcanza la salvación.

Conversión y primera llamada

La adolescencia de Pablo estuvo marcada por experiencias espirituales intensas. A los 19 años, tras escuchar una predicación en la iglesia de Castellazzo, quedó profundamente conmovido y decidió renunciar a los bienes de este mundo para consagrarse a Dios. Comenzó entonces una vida de penitencia y oración muy rigurosa. En 1715 tuvo un sueño o visión en la que se vio revestido con un hábito negro adornado con un corazón blanco que llevaba las palabras «Jesu XPI Passio» (la Pasión de Jesucristo). Este signo místico se convertiría más tarde en el emblema de la congregación que fundaría.

Convencido de su vocación a fundar un nuevo instituto religioso, se retiró a Castellazzo donde llevó una vida eremítica: ayunando, rezando, meditando la Pasión de Cristo y recibiendo numerosas luces interiores. Comenzó a redactar las primeras reglas de lo que sería la Congregación de la Pasión de Jesucristo, conocida como los Pasionistas.

El camino de la fundación

En 1720, Pablo pidió al obispo de su diócesis autorización para fundar una comunidad religiosa. Éste, impresionado por el fervor del joven, le dio su bendición. Pablo fue enviado a Roma para obtener la aprobación papal. En aquella época, sin embargo, la Iglesia era muy prudente con respecto a las nuevas fundaciones, y Pablo tuvo que esperar muchos años antes de obtener un reconocimiento oficial.

En 1727 fue ordenado sacerdote en Gaeta, en el Reino de Nápoles, por orden del papa Benedicto XIII, quien reconoció su santidad personal. A partir de ese momento comenzó a predicar activamente en las aldeas del Lacio y del sur de Toscana, organizando misiones populares, retiros, confesiones colectivas y meditaciones sobre la Pasión. Estas predicaciones se distinguían por su fuerza emotiva y su profundidad doctrinal: Pablo conmovía a las multitudes, pero también las guiaba hacia una fe madura, enraizada en la contemplación de Cristo sufriente.

En 1741, el papa Benedicto XIV aprobó oficialmente la Regla de la Congregación de la Pasión. Pablo estableció entonces a sus primeros religiosos en el monte Argentario, en un monasterio austero y aislado, propicio para la vida de oración, penitencia y predicación. También fundó un monasterio de religiosas contemplativas que compartían el mismo ideal: las Pasionistas.

Una espiritualidad centrada en la Cruz

La espiritualidad de Pablo de la Cruz es profundamente cristocéntrica. Se basa en la meditación constante de la Pasión de Jesús, que él consideraba como la cumbre de la revelación del amor divino. Para Pablo, es en el sufrimiento libremente aceptado por Cristo donde se revela la infinita misericordia de Dios. La contemplación de la Cruz es a la vez fuente de consuelo, de humildad, de esperanza y de transformación.

En sus escritos espirituales insiste en la necesidad de unirse interiormente a los sufrimientos de Cristo para participar en su obra redentora. La Cruz no es sólo un objeto de compasión o de recuerdo: es una realidad viva en la que el cristiano está llamado a entrar. El amor crucificado es el camino real hacia la santificación.

Además, su doctrina se basa en una profunda confianza en la Providencia y en la gracia. Rechaza todo jansenismo o cualquier forma de rigorismo desesperanzador. Aunque él mismo practicaba grandes mortificaciones, era de una inmensa dulzura con las almas. En su dirección espiritual, promovía la paz interior, el abandono en Dios, la caridad fraterna y la aceptación de las pruebas como medios de unión con Jesús crucificado.

Director espiritual y místico

Pablo de la Cruz fue también un maestro de acompañamiento espiritual. Mantuvo correspondencia con cientos de personas —laicos, sacerdotes, religiosas, notables o simples fieles— a quienes prodigaba consejos y exhortaciones. Su correspondencia, conservada parcialmente, constituye una fuente preciosa de espiritualidad. En ella aborda temas como la oración mental, los escrúpulos, la unión mística, las pruebas de la fe, las tentaciones y la alegría sobrenatural.

Su propio camino místico estuvo marcado por fenómenos extraordinarios: éxtasis, visiones, bilocaciones, pero también noches espirituales profundas, sequedades interiores y combates contra las fuerzas del mal. Conoció en varias ocasiones periodos de gran soledad espiritual, que aceptaba con una fe firme. Su humildad le impedía siempre buscar o valorar estos fenómenos: los sometía constantemente a la autoridad de sus confesores.

Los frutos de su obra

A su muerte en 1775, Pablo de la Cruz dejó tras de sí una congregación bien implantada, compuesta por más de 180 religiosos repartidos en 12 casas. Su obra se prolongó en toda Italia y luego en el mundo entero, gracias al fervor misionero de sus sucesores. Los Pasionistas desempeñaron un papel importante en la predicación popular, en las misiones extranjeras y en la educación cristiana.

Su influencia sobrepasó el marco de su propia orden. Inspiró a numerosos fundadores y fundadoras de institutos religiosos en el siglo XIX. Además, su teología de la Cruz influyó en pensadores espirituales como san Alfonso de Ligorio, santa Gemma Galgani o incluso Carlos de Foucauld.

Canonización y posteridad

Pablo de la Cruz fue beatificado en 1853 por el papa Pío IX y canonizado en 1867. Se le celebra el 19 de octubre (anteriormente el 28 de abril). Es patrono de las misiones parroquiales, de los predicadores, de los directores espirituales y de los religiosos contemplativos.

Los Pasionistas continúan hoy su misión en más de 60 países. Fieles a su carisma, predican retiros sobre la Pasión de Cristo, asisten a los enfermos y a los pobres, acompañan a los fieles en la oración y trabajan por la reconciliación. Su lema sigue siendo: «Que la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre en nuestros corazones».

Testimonio de santidad

Lo que impresiona en la vida de Pablo de la Cruz es la unidad entre contemplación y acción. Místico con un corazón ardiente de amor, no dejó de ser un hombre cercano al pueblo, atento a las necesidades de las almas, incansable en su servicio. Predicaba con fuerza, pero rezaba aún más. Practicaba duras mortificaciones, pero era de gran dulzura con aquellos a quienes guiaba.

Su testimonio es aún más fuerte porque nunca se apartó de la Iglesia. En una época en la que muchos místicos caían en el orgullo o en desviaciones doctrinales, Pablo permaneció fiel, obediente y modesto. No buscaba la gloria humana, sino la conversión de los corazones.

Conclusión

San Pablo de la Cruz es un testigo luminoso del amor redentor manifestado en la Pasión de Cristo. Su vida, enteramente entregada a Dios, permitió el nacimiento de una corriente espiritual profunda y fecunda. Con su ejemplo recuerda a todos los cristianos que la Cruz no es un símbolo de muerte, sino un camino de vida. Donde el mundo busca huir del sufrimiento, él enseña que al unirlo al de Cristo se convierte en fuente de fecundidad. En una época en la que a menudo se trata de edulcorar el mensaje cristiano, su voz profética sigue resonando: «¡Oh santos clavos, oh preciosa Cruz, oh Sangre de un Dios! Allí el amor lo ha dicho todo».

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