Desde la Antigüedad, la humanidad utiliza el perfume de las resinas quemadas para crear un puente sensorial entre el mundo visible y el invisible. El incienso, ofrecido a los dioses o utilizado para purificar el espacio, apaciguar el alma u honrar a los muertos, siempre ha necesitado un soporte: un recipiente capaz de contener la brasa, difundir el humo y materializar la presencia de lo sagrado. De esta necesidad nació un objeto cuya forma y simbología han atravesado las civilizaciones: el incensario.
El incensario, en sus múltiples variantes geográficas, técnicas y estilísticas, constituye hoy un testimonio precioso de la historia de los ritos religiosos, de los intercambios culturales, del arte decorativo e incluso de la tecnología del metal. Este artículo propone una exploración en profundidad de este objeto singular, desde sus orígenes más antiguos hasta sus usos contemporáneos.
Orígenes del incienso y primeros recipientes para la fumigación
El uso del incienso está atestiguado desde hace varios milenios. En el Antiguo Egipto, ya en el III milenio antes de nuestra era, los sacerdotes quemaban resinas sagradas —en particular olíbano y mirra— en pequeños cuencos de piedra o de metal. Estos primeros «quemadores de perfume» todavía no son incensarios en el sentido moderno, pero ya cumplen la función esencial: transformar la materia en humo portador de un mensaje espiritual.
En Mesopotamia, los arqueólogos han sacado a la luz quemadores de incienso de barro cocido que datan de la época sumeria. Los templos asirios y babilónicos empleaban objetos similares, asociados a la purificación ritual.
En la India védica, la fumigación de hierbas sagradas durante los sacrificios (yajña) desempeña un papel central en el culto. En China, el uso de quemadores de incienso aparece al inicio de la dinastía Zhou (siglo XI a. C.) y se perfecciona después bajo los Han con la fabricación de recipientes de bronce finamente ornamentados (los célebres boshanlu, con forma de montañas sagradas).
Es en Persia, sin embargo, donde se ve emerger objetos próximos al futuro incensario «de cadenas», gracias a quemadores de incienso portátiles destinados a los rituales zoroastrianos.
Así, la idea fundamental —contener las brasas y difundir el humo de resinas aromáticas— está presente en todas partes. Las formas, en cambio, difieren según las culturas: cuenco abierto, vaso perforado, quemador de incienso montado sobre un pie, caja calada, etc. El incensario suspendido, activado por el balanceo, aparece más tardíamente y conocerá su mayor desarrollo en la liturgia cristiana.
Introducción y desarrollo del incensario en el cristianismo
Los primeros siglos
En los primeros tiempos del cristianismo, el uso del incienso es ambivalente: símbolo asociado a los cultos paganos, al principio se utiliza con parsimonia. Sin embargo, a partir del siglo IV, la Iglesia adopta progresivamente la fumigación en el contexto de una liturgia desarrollada, en particular para los funerales, las procesiones y la eucaristía.
Los primeros incensarios cristianos atestiguados son sencillos: pequeñas lámparas de perfume, cuencos de bronce o de plata a veces cubiertos con una tapa perforada. El uso de cadenas se desarrolla entre los siglos VI y IX.
La Edad Media: apogeo del incensario suspendido
A partir de la Edad Media, el incensario toma la forma que hoy conocemos:
-
un recipiente inferior destinado a contener las brasas,
-
una tapa calada,
-
tres o cuatro cadenas que permiten sujetarlo y hacerlo oscilar,
-
a veces una cuarta cadena independiente que acciona la apertura de la tapa.
Los artesanos medievales rivalizan en virtuosismo en la ornamentación: motivos vegetales, escenas bíblicas, ángeles, animales fantásticos… Muchos incensarios medievales son auténticas piezas de orfebrería.
El ejemplo más célebre sigue siendo el botafumeiro de la catedral de Santiago de Compostela. Este gigantesco incensario, suspendido de un sistema de cuerdas y poleas, recorre la nave en arcos espectaculares durante las grandes ceremonias. Da testimonio de la función espectacular y simbólica que puede revestir el incensario.
Renacimiento y época moderna
En el Renacimiento, el estilo de los incensarios evoluciona hacia formas más geométricas y clásicas: cúpulas hemisféricas, decoraciones simétricas, medallones, roleos. El barroco del siglo XVII introduce motivos exuberantes: volutas, nubes, querubines, guirnaldas, llamas estilizadas.
La época moderna ve paralelamente la diversificación de los materiales: bronce, cobre dorado, plata maciza, estaño, e incluso a veces porcelana en el ámbito doméstico.
Morfología y técnicas de fabricación
El incensario es un objeto sencillo en su estructura pero complejo en su concepción cuando se trata de una obra de orfebrería. Se distinguen varios elementos fundamentales.
El cuerpo (o copa)
Debe ser lo bastante resistente al calor como para contener brasas ardientes. Los materiales privilegiados son:
-
bronce,
-
latón,
-
cobre,
-
plata,
-
a veces hierro o acero en las variantes populares.
El cuerpo reposa a menudo sobre un aro o sobre pequeñas patas para permitir la aireación.
La tapa
Pieza esencial, suele estar perforada para dejar escapar el humo. Las perforaciones pueden ser utilitarias, decorativas o altamente simbólicas (cruces, estrellas, flores, palmetas…). En algunos modelos, la tapa se abre tirando de una cadena, lo que permite al turiferario ajustar la brasa o añadir incienso.
Las cadenas
Tradicionalmente en número de tres (para el sostén) más una cuarta (para la apertura de la tapa), deben ser sólidas y a la vez flexibles. Su longitud varía según el uso: los incensarios de procesión suelen ser más largos que los del coro.
La ornamentación
Los incensarios reflejan la estética de su época y el estatus de la comunidad religiosa que los encarga. Las decoraciones pueden incluir:
-
símbolos cristianos (crismón, paloma, cruz, instrumentos de la Pasión),
-
ángeles y arcángeles,
-
motivos geométricos o florales,
-
escenas narrativas.
En algunos casos, especialmente en Europa central o en Italia, los incensarios pueden estar completamente cincelados, repujados, grabados o dorados. Su riqueza refleja la piedad, pero también el prestigio.
Simbología del incienso y del incensario
El incienso siempre ha sido considerado una ofrenda inmaterial, una oración perfumada que asciende hacia el cielo. El incensario, en cuanto soporte, ha heredado un profundo valor simbólico.
Pureza y santificación
El humo sirve para purificar:
-
el espacio sagrado,
-
los objetos de culto,
-
los fieles y los clérigos.
En la liturgia cristiana se inciensa el altar, el Evangeliario, las ofrendas, el clero y la asamblea. El incienso es signo de respeto y bendición.
Ascensión hacia lo divino
El humo que se eleva evoca la oración que asciende hacia Dios, según los salmos:
«Que mi oración se eleve ante ti como el incienso…»
Esta verticalidad otorga al incensario, incluso suspendido en movimiento, una dimensión cósmica.
Presencia de la gloria divina
En el cristianismo oriental, el incienso representa a menudo la Shekinah, la presencia luminosa de Dios. El incensario se convierte en un instrumento de teofanía: el humo crea un velo sagrado, un espacio intermedio entre Dios y el hombre.
Símbolo de sacrificio
El incienso es una ofrenda consumida por el fuego. El incensario recuerda el sacrificio incruento, prolongación espiritual de los antiguos holocaustos de los hebreos. Es a la vez receptáculo y pequeño altar.
Los incensarios en otras tradiciones religiosas
Aunque el incensario suspendido está particularmente asociado al cristianismo, otras culturas poseen sus propios tipos de incensarios.
Judaísmo
El culto del Templo incluía quemadores de incienso, cuya forma primitiva, la maḥtah, se menciona en la Biblia. Hoy en día, el uso litúrgico del incienso ha desaparecido, pero todavía existen quemadores de incienso en algunas familias sefardíes para los ritos domésticos.
Islam
El incensario, llamado mabkhara, se utiliza ampliamente en el mundo árabe, sobre todo en las casas, para perfumar el aire o la ropa. A menudo de bronce o de madera decorada, la mabkhara es un elemento central de la hospitalidad tradicional.
Budismo
En los templos de Asia, el quemador de incienso puede ser un simple cuenco de cenizas en el que se clavan varillas, o un quemador de bronce sobre un pie, a veces colosal, como en los monasterios japoneses.
Hinduismo
Los dhūpa y otros inciensos se queman en copas o en pequeños braseros portátiles. Algunos templos poseen incensarios suspendidos, pero la forma no está tan desarrollada como en Occidente.
Religiones tradicionales de África y Oceanía
Se utilizan recipientes de barro cocido para perfumar durante los ritos de paso o las prácticas chamánicas. Las brasas aromáticas se llevan a menudo en una copa abierta.
Incensarios profanos: perfumar la casa, el arte y la colección
El incensario no es únicamente litúrgico. A partir del siglo XVII, el objeto entra en los interiores aristocráticos europeos. Los efluvios exóticos importados de Oriente se aprecian para disimular los malos olores. «Quemadores de perfume» de porcelana, a veces por parejas, se disponen en los salones.
En el siglo XIX, con el creciente interés por las artes asiáticas, los incensarios chinos y japoneses de bronce se convierten en piezas codiciadas por los coleccionistas. Muchos hogares burgueses poseen algunos.
Hoy en día, los incensarios antiguos —sobre todo medievales o del Renacimiento— son extremadamente buscados, en particular los de plata o con una decoración figurativa completa. Se conservan en los museos o permanecen en los tesoros de las iglesias. Los incensarios etnográficos, como las mabkhara o los boshanlu chinos, suscitan igualmente un vivo interés.
Usos contemporáneos y renacimiento de la fumigación
El siglo XXI conoce un renovado interés por la fumigación, tanto en el marco litúrgico tradicional como en las prácticas de bienestar, de meditación o de perfumado de interiores. Hoy encontramos incensarios adaptados a diversos usos:
-
versiones portátiles para rituales neoespirituales,
-
quemadores de perfume de diseño para la decoración,
-
réplicas históricas para las ceremonias tradicionales,
-
incensarios artesanales de cerámica o metal para uso particular.
En la Iglesia católica, el incensario sigue siendo un elemento central de las grandes celebraciones, especialmente durante las misas solemnes, las bendiciones y las procesiones. Formalmente, su gestualidad obedece a reglas precisas: movimientos triples para el altar, simples para la oración, etc.
Coleccionar incensarios: criterios, rarezas y consejos
Para los amantes del arte sacro y de los objetos antiguos, el incensario constituye un campo de colección apasionante. He aquí algunos criterios esenciales a tener en cuenta:
La edad
Los incensarios medievales son extremadamente raros y se encuentran generalmente en instituciones. Los de los siglos XVI-XVIII aparecen en el mercado del arte, pero están muy solicitados.
El material
-
Plata maciza: muy apreciada.
-
Bronce dorado: igualmente muy valorado.
-
Estaño: más raro pero interesante, sobre todo en el norte de Europa.
-
Cobre: corriente en los modelos de uso litúrgico cotidiano.
El estilo y la procedencia
Un incensario italiano del siglo XVII difiere considerablemente de un modelo germánico o español. El estilo puede influir fuertemente en el valor.
El estado
La presencia de las cadenas originales es un punto crucial.
Las restauraciones burdas disminuyen el valor de un incensario.
La autenticidad
Atención a las reproducciones del siglo XIX, a menudo muy hermosas pero destinadas al mercado turístico o a la decoración. Algunas son hoy también antiguas, pero su valor no iguala al de una pieza verdaderamente litúrgica.
Un objeto eterno entre el cielo y la tierra
Objeto utilitario, obra de arte, símbolo espiritual, pieza de orfebrería, instrumento ritual: el incensario concentra en sí una sorprendente riqueza de significados. A lo largo de las épocas, ha acompañado a la humanidad en sus intentos de diálogo con lo divino, en la búsqueda de un perfume que una lo visible y lo invisible.
Ya sea balanceado en una catedral gótica, colocado sobre un altar budista, sostenido en la mano durante una ceremonia familiar o simplemente utilizado para crear una atmósfera apacible, el incensario sigue siendo un testigo privilegiado de la profunda relación que el ser humano mantiene con lo sagrado.
Más aún que un objeto, es el vehículo de un gesto ancestral: el de ofrecer un humo perfumado más allá de uno mismo, en un movimiento que lleva consigo la oración, la memoria y la belleza.