En el corazón del cristianismo primitivo, doce hombres caminaron al lado de Cristo, compartiendo su palabra, sus milagros y su último sacrificio. Entre ellos, San Felipe, a menudo eclipsado por figuras más carismáticas como Pedro o Juan, se distingue por su inteligencia analítica, su búsqueda de comprensión y su compromiso absoluto con la misión evangélica. Su historia, aunque menos conocida por el gran público, resuena con una profundidad única: la de un hombre cuya fe se construyó en la duda antes de abrazar tierras enteras.
Un apóstol de la intuición y de la razón
Si se considera la manera en que los evangelios presentan a los apóstoles, se nota que algunos de ellos son figuras destacadas, cuyas acciones se resaltan con fuerza: Pedro, impyuoso y temerario, Juan, cercano a Cristo y impregnado de misticismo, Tomás, marcado por su escepticismo. Junto a ellos, Felipe podría parecer más discreto. Sin embargo, al analizar sus intervenciones, se dibuja un retrato único: el de un hombre de mente racional, reflexivo y profundamente en busca de la verdad.

Reliquia de primera clase de San Felipe en relics.es
El Evangelio de Juan nos enseña que Philippe era originario de Betsaida, una ciudad de Galilea situada al norte del lago de Tiberíades. Este detalle es significativo, ya que Betsaida era un pueblo de pescadores donde trabajaban también Pedro, Andrés y Juan antes de su encuentro con Jesús. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, Philippe no parece haber ejercido este oficio. Nada en las Escrituras sugiere que era un hombre del mar o de las redes. Esta ausencia de mención no es trivial, ya que sugiere que quizás poseía otra actividad, o al menos un modo de pensar diferente.
Un discípulo con una mirada curiosa y estructurada
Cuando Jesús lo llama por primera vez, la escena es impactante por su simplicidad:
"Al día siguiente, Jesús decidió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: Sígueme." (Jean 1:43)
interesante notar que, a diferencia de Pierre o André que son llamados mientras pescan, Philippe es interpelado en un contexto que no se precisa. Nada se nos dice sobre su ocupación en el momento de su encuentro con Jesús. Este silencio evangélico podría sugerir que no tenía una actividad manual destacada y que su personalidad se distinguía por otro rasgo: una disposición intelectual, un enfoque más orientado hacia la reflexión y la comprensión.
Philippe no se contenta con aceptar la llamada de Cristo; él busca inmediatamente convencer un otro discípulo potencial. Su primer reflejo es ir a buscar a Natanael (a menudo identificado como el apóstol Bartolomé) y declararle con entusiasmo:
" Hemos encontrado a aquel de quien Moisés escribió en la Ley y de quien hablaron los profetas, Jesús de Nazaret, hijo de José." (Jean 1:45)
Esta frase dice mucho sobre su manera de abordar la fe. Donde otros simplemente habrían seguido a Jesús sin cuestionar, Felipe apoya su convicción en las Escrituras. No se contenta con sentir el llamado de Dios; busca una prueba que conforta su fe, apoyándose en las profecías del Antiguo Testamento. Su necesidad de justificación racional se manifiesta aquí con claridad: está convencido de que Jesús es el Mesías, pero esta certeza nace de un análisis basado en textos sagrados y no de una simple intuición.
Este mezcla de fe y razón caracteriza todo su recorrido. Es creyente, pero también es un investigador, un hombre que quiere entender antes de adherirse plenamente.
Philippe y la tentación del razonamiento humano
Este rasgo de carácter reaparece más tarde en uno de los milagros más famosos de Jesús: la multiplicación de los panes. Ante una multitud numerosa que vino a escuchar su enseñanza, Cristo pone a prueba la fe de sus discípulos al preguntarle a Felipe:
"¿Dónde compraremos panes para que estas personas tengan qué comer?" (Jean 6:5)
Se podría esperar que un discípulo que ya ha visto varios milagros responda con confianza: "Señor, tú tienes el poder de alimentar a esta multitud." Sin embargo, Philippe adopta un enfoque completamente diferente:
"Doscientos denarios de pan no serían suficientes para que cada uno reciba un poco." (Jean 6:7)
Aquí también, encontramos su espíritu pragmático y lógico. En lugar de considerar una solución milagrosa, Philippe evalúa la situación con unos criterios puramente materiales. Él reflexiona en términos de costo, cantidad y medios disponibles. Su respuesta revela una vez más incompleta, encerrada en una visión racional del mundo.
Este episodio muestra que necesitaba ser liberado de sus cálculos humanos para entrar plenamente en la lógica de Cristo, la de la fe absoluta. Jesús le muestra que los milagros de Dios no se miden en dinero o en provisiones, sino en un abandono total a la providencia divina.
El deseo de ver a Dios cara a la revelación de Cristo
Philippe no es solo un hombre de razón; también es un hombre de búsqueda espiritual. Esto se hace manifiesto durante la Última Cena, un momento en el que los apóstoles sienten que algo irreversible está a punto de suceder. En esta atmósfera de tensión e interrogantes, Felipe formula una solicitud de una simplicidad desarmante:
"Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta." (Jean 14:8)
Esta frase es de una importancia capital, ya que ella expresa la necesidad profunda de Philippe de acceder a una verdad última. Él cree en Jesús, lo sigue desde hace tiempo, pero quiere ver a Dios. Su fe es real, pero aún está a la espera de una revelación más grande. Busca una visión directa, una prueba definitiva que venga a apaciguar todas sus interrogantes.
La respuesta de Jesús es a la vez benevolente y ligeramente teñida de reproche:
"Philippe, desde tanto tiempo que estoy contigo, ¿y aún no me conoces? El que me ha visto ha visto al Padre." (Jean 14:9)
Esta frase es uno de los fundamentos teológicos más fuertes del cristianismo: Jesús es la imagen del Padre. Para Philippe, es un llamado a trascender su necesidad de pruebas visibles y a entrar plenamente en la fe.
Un misionero incansable
Después de Pentecostés, cuando los apóstoles reciben el Espíritu Santo, Felipe cambia radicalmente. El hombre que calculaba el precio del pan se convierte en un misionero intrépido, dispuesto a enfrentar la persecución. Según la tradición cristiana, deja Jerusalén y parte a evangelizar tierras hostiles. Se dirige a Escitia (región correspondiente hoy a Ucrania), en Grecia, en Siria y sobre todo en Asia Menor, en particular en Frigia, donde deja una profunda huella en la ciudad de Hiérapolis (hoy Pamukkale, en Turquía).
ahí donde se distingue por unos milagros y conversiones espectaculares. Entre los relatos que se le atribuyen, se dice que habría curado de los enfermos, ahuyentando demonios, y sobre todo, convirtió a la mujer de un alto dignatario pagano. Este acto provoca la ira de las autoridades locales, que ven en él una amenaza creciente contra los cultos tradicionales.
Las persecuciones no tardan en llegar. Felipe es arrestado, golpeado y condenado a muerte. Su martirio se cuenta de varias maneras. Según algunos relatos, él es crucificado cabeza abajo, una postura de humildad y sufrimiento extremo. Otras versiones informan que es atado a un árbol et lapidado, o aún que es arrojado a un barranco después de haber sido torturado. Cualesquiera que sean las circunstancias exactas de su muerte, una cosa es cierta: aceptó su destino con la misma fe ardiente que lo había guiado desde el día en que Jesús lo llamó.
Un legado a través de los siglos
El martirio de San Felipe no marca el fin de su influencia. Muy al contrario, su muerte solo ancla aún más su presencia en la historia del cristianismo. Mientras su sangre se mezcla con la tierra de Hierápolis, su nombre se inscribe en la memoria colectiva de los primeros cristianos. De simple discípulo de Cristo, se convierte en una figura de referencia para las generaciones siguientes, un testigo de la fe perseguida y un modelo de celo misionero.
Pero, ¿cómo ha atravesado la memoria de Philippe los siglos? ¿Cómo se ha perpetuado su influencia mucho después de su desaparición? Desde su tumba antigua en Asia Menor hasta la basílica de los Santos Apóstoles en Roma, la historia de sus reliquias y de su culto ilustra la permanencia de su presencia en el corazón de los fieles.
Hiérapolis, un santuario del primer cristianismo
Desde los primeros siglos, Hiérapolis se convierte en un lugar de peregrinación mayor para los cristianos de Oriente. Situada en la actual Turquía, esta ciudad antigua, famosa por sus fuentes termales y sus templos paganos, se convierte en un alto lugar de la fe cristiana a medida que el cristianismo se desarrolla allí.
La tumba de Felipe, erigida por sus discípulos después de su martirio, atrae rápidamente a fieles en busca de protección y milagros. Se cuenta que numerosos peregrinos venían a orar, convencidos de que el apóstol podía interceder por ellos ante Dios. Se atribuyen curaciones y prodigios, reforzando aún más la reputación del lugar.
Desde el siglo IV, bajo el Imperio romano cristiano, se construyó un edificio religioso alrededor de la tumba. Una gran basílica octogonal, conocida como Martirio de San Felipe, está edificada bajo el reinado de Constantin o de sus sucesores. Este edificio monumental atestigua la importancia otorgada al apóstol y la voluntad de conservar su memoria intacta.
Hiérapolis se convierte entonces uno de los centros principales del culto a los apóstoles en Asia Menor, atrayendo tanto a peregrinos locales como a fieles venidos de todo el Imperio bizantino.
La transferencia de las reliquias a Roma: Un reconocimiento universal
La historia de las reliquias de San Felipe sigue una trayectoria típica de las grandes figuras del cristianismo. Como fue el caso de Pedro, Pablo o Juan, los restos del apóstol son desplazados para asegurar su protección y reforzar su culto.
Alrededor del siglo VI, mientras el Imperio bizantino enfrenta invasiones y disturbios políticos, una parte de las reliquias de San Felipe es trasladada a Roma. El objetivo de esta transferencia es doble :
- Preservar los restos del apóstol de las posibles destrucciones.
- Darle un lugar de honor en el corazón de la cristiandad occidental.
En Roma, se depositan en la basílica de los Santos Apóstoles, al lado de las reliquias de San Jacobo el Menor, otra figura importante del Nuevo Testamento. Este gesto simbólico inscribe a Felipe en el panteón de los apóstoles venerados por todo el mundo cristiano, más allá de las fronteras de Oriente.
Durante siglos, esta basílica se convierte un lugar de peregrinación imprescindible. Papas, reyes, teólogos y simples fieles vienen a orar, pidiendo la intercesión del apóstol para obtener gracias.
El redescubrimiento de la tumba de San Felipe en 2011
Durante siglos, la existencia de la tumba de Felipe en Hierápolis ha sido una certeza en la tradición cristiana, pero sin prueba arqueológica formal. No fue hasta el siglo XXI que una descubrimiento importante viene a confirmar esta tradición.
En 2011, un equipo de arqueólogos dirigido por Francesco D’Andria, un especialista en excavaciones en Asia Menor, anuncia el descubrimiento de un tumba antigua en Hierápolis, identificado como el de San Felipe.
El descubrimiento es excepcional en varios niveles:
- Ella confirma las antiguas tradiciones, que colocaron la tumba del apóstol en este lugar.
- Permite conocer más sobre la historia del cristianismo primitivo en Asia Menor.
- Ella relanza el interés por la figura de San Felipe, en una época en la que la arqueología bíblica fascina tanto a los investigadores como al gran público.
Este hallazgo suscita un entusiasmo inmediato y devuelve actualidad al legado de Philippe. Atestigua que el recuerdo del apóstol se había transmitido a través de las generaciones, y que realmente había dejado su huella espiritual en la ciudad.
Philippe en la iconografía cristiana
La herencia de San Felipe no se limita a sus reliquias o a su tumba. También perdura en eliconografía cristiana, donde el apóstol es representado de diferentes formas a lo largo de los siglos.
En los frescos, esculturas y vitrales, tres símbolos aparecen con frecuencia para identificar a Philippe :
- La cruz : Recordatorio de su martirio, donde habría sido crucificado cabeza abajo.
- El libro o el rollo : Símbolo de su papel de evangelizador, marcando su compromiso en la difusión del cristianismo.
- El pescado : Una referencia a su origen galileo, pero también al episodio de la multiplicación de los panes, donde su espíritu lógico fue puesto a prueba por Cristo.
Algunas representaciones también lo muestran sosteniendo un bastón o un cetro, simbolizando su autoridad espiritual y su papel de predicador.
En el arte cristiano occidental, se encuentran sus imágenes principalmente en los manuscritos iluminados, los pinturas del Renacimiento, y los esculturas de las catedrales góticas. En Oriente, en la tradición bizantina y ortodoxa, a menudo se le representa en forma de uniconos, vestido con una túnica y un manto, llevando la palabra divina.
Un modelo para hoy
¿Por qué hablar de San Felipe hoy? ¿Qué más puede enseñarnos?
Su historia es la de un hombre que no se contentó con seguir ciegamente. Ha cuestionado, dudado, buscado entender antes de dejarse transformar completamente por la fe. Representa esta lucha interna entre razón y creencia, una lucha que muchos aún conocen hoy en día.
Philippe también muestra que nunca es demasiado tarde para transformarse. El hombre que contaba el dinero necesario para alimentar a una multitud se convierte en aquel que ofrece toda su vida para alimentar las almas. Nos recuerda que la fe es un camino, no un estado fijo.
Finalmente, encarna el coraje del misionero, el que deja todo para anunciar un mensaje más grande que él. Su martirio da testimonio de una fe sin compromisos, una fe que llega hasta el final de la entrega de uno mismo.
Al celebrarlo el 3 de mayo, la Iglesia nos invita a meditar sobre su trayectoria, a cuestionarnos sobre nuestra propia búsqueda espiritual y a recordar que no hay fe sin cuestionamiento, pero también no hay verdad sin compromiso total.
Conclusión
San Felipe fue más que un discípulo: fue un buscador de la verdad, un constructor de Iglesia, un mártir de Cristo. Su legado permanece vivo, tanto en las reliquias que dejó como en el ejemplo de vida que ofrece a todos aquellos que, como él, a veces oscilan entre la razón y la fe.
Su historia nos enseña que la duda no es el enemigo de la fe, sino uno de sus más fieles compañeros. Solo al atreverse a buscar es como se termina encontrando.
- Wessel, M. (2012). San Felipe y los primeros lugares de peregrinación. Ediciones Cristianas.
- Jansen, P. (2016). Las Reliquias en la Tradición Cristiana. Prensas Universitarias de Estrasburgo.
- Ricci, A. (2018). La Basílica de San Felipe de Roma: Historia y Arquitectura. Ediciones Romane.
- Thompson, H. (2019). Las Reliquias de San Felipe: Tradición y Culto. Universidad de Florencia.
- Meyer, S. (2021). Objetos Sagrados: Reliquias y Espiritualidad. Ediciones del Vaticano.
- Smith, L. (2017). El Poder de las Reliquias en el Cristianismo. Ediciones Religiosas